Cocooning-Loft. The Factory, Kulturfabrik

 

De Berlín salimos a las 9,39 a toda pastilla, montados en aquel caballo de hierro que, sin darnos cuenta, se puso a 250 kms. a la hora. Hicimos un viaje excelente y llegamos a Kassel, la ciudad de la Documenta, en menos de tres horas.

Ya nos había advertido Klaus de que había tenido que reservar alojamiento en un lugar poco convencional, él lo llamaba ‘loft’ (mirad el diccionario!), debido a la imposibilidad de encontrar sitio, a precio razonable, en ninguna otra parte.

¡Tan poco convencional, desde luego! El Cocooning-Loft, The factory, resultó ser una antigua fábrica, que en sus tiempos de actividad se llamó ‘Salzmann’ y que el Ayuntamiento había habilitado como centro de actividades culturales, en donde incipientes grupos de música, de teatro, etc. tuvieran un lugar para ensayar, para ofrecer también representaciones o montar exposiciones y conferencias. A mí me vino al recuerdo el barrio de Chelsea, en Manhattan, en donde también utilizan el caparazón de viejas fábricas como talleres de arte, como espacios de Galerías y de comercio. 

El caso es que, como durante los cien días que dura la Documenta, Kassel y sus pensiones y hoteles están a rebosar de visitantes, los organizadores habían a su vez habilitado la ‘Kulturfabrik’ para dar cobijo a peregrinos y fans del arte. La administración del albergue estaba en manos de estudiantes y sus clientes éramos asimismo grupos de escolares, estudiantes de bellas artes holandeses, daneses, alemanes …, también jóvenes artistas y toda una gama social de amantes del arte.

Con tan variada y simpática compañía dormimos dos noches y no es de extrañar que, al despertarme uno de los días que allí pernoctamos, me encontrara con que una de mis vecinas, sentada en su camastro, estaba haciendo yoga; ni tampoco que en el espacio preparado para desayunar, ecologistas y alternativos sacaran de sus morrales, con toda naturalidad, cereales, mermeladas, panes, etc. que, supongo, habían crecido sin pesticidas o carecían de espesantes, conservantes y otros ‘-antes’ parecidos, o de la tonelada de azúcar que suelen llevar las que normalmente compramos.

El ‘Cocooning-Loft’ estaba montado para la ocasión en una especie de dos espacios limitados en todo su perímetro por una tela negra, con espacio para una cuarentena de literas de doble piso cada una; unas lámparas de cuerda trenzada, con bombillas de bajo voltaje, que colgaban del altísimo techo y que quedaban suspendidas a la altura de la cabeza, daban al conjunto la apariencia de ‘haimas’, como se le ocurrió decir a uno de los nuestros, con lo que con eso y con el saber quiénes eran nuestros compañeros de habitación fueron desapareciendo las aprensiones que alguien había manifestado. Lo mismo nos pasó con los dos periquitos que durante el día revoloteaban libremente por allí y que por la noche se recluían formalmente en su jaula. Se nos hizo además todo más simpático cuando conocimos sus nombres: Okwui y Enwezor.

J.F.